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Agatha Christie en el Oslo de los años 60

02 septiembre 2020

Son muchas las fuentes de inspiración que alimentan Moscas, la primera entrega de la serie policíaca firmada por Hans Olav Lahlum que ha devenido un fenómeno de ventas en su Noruega natal y que es capaz de combinar mucho sentido del humor con el recordatorio de oscuros episodios del pasado. La heterogeneidad de la propuesta nace del peculiar perfil de su responsable, en cuya figura se citan el historiador, el político y… el consumado jugador de ajedrez (dato importantísimo). En cierta manera, el autor rompe con la tendencia oscura y atormentada de la novela negra noruega (representada por Jo Nesbo y epígonos) para abrazar una vía que, sin dejar de escarbar en aspectos incómodos (el turbio papel de Noruega durante la Segunda Guerra Mundial), apuesta por una óptica más amable y entretenida, en la que el rompecabezas y la metaliteratura tienen un papel clave. La novela, ambientada en 1968, arranca con el descubrimiento de un cadáver en un bloque de pisos del barrio de Torshov de Oslo, donde se persona el joven y ambicioso inspector Kolbjorn Kristiansen (conocido por todos como K2, lo que de inmediato nos hace pensar en los casos a los que se enfrentará como cumbres de difícil coronación). La víctima, Harald Olesen, asesinada de un disparo, fue un héroe de la resistencia contra el invasor nazi durante la Segunda Guerra Mundial por lo que su muerte encierra un valor simbólico de tintes trágicos y resucita viejos fantasmas. Pronto se hace evidente que su responsable tiene que formar parte de la comunidad de vecinos del inmueble. ¿Pero quién podía albergar tal odio hacia un héroe nacional? Y aún más intrigante, ¿cómo accedió a un piso cerrado a cal y canto?

Son muchos los concentrados, guiños, homenajes y juegos a partir de la narrativa negra y de misterio que circulan por Moscas. El hecho de que la ejecución a sangre fía de Olesen se presente como teóricamente imposible (puertas y ventanas cerradas a cal y canto) enmarca la obra en una actualización del subgénero de “misterio de habitación cerrada”, muy popular en el periodo de entreguerras y que tuvo en Gaston Leroux, G.K. Chesterton, Ellery Queen o S.S. Van Dine a algunos de sus más insignes practicantes. Por otra parte, el que se acabe revelando que cada uno de los que compartían escalera con el muerto tenía motivos para desear su marcha de este mundo inscribe la historia en la fórmula de “todos sospechosos”, explotado con éxito planetario por Agatha Christie en obras como Asesinato en el Orient Express o Muerte en el Nilo. (La misma frase promocional de la edición británica reza “Eran asesinados como moscas, una a una…”, lo que remite de forma clara a la obra Los diez negritos, de actualidad, por cierto, por su cambio de título ante la corrección política de los tiempos que corren)

Sin embargo, a mí particularmente lo que más me ganó fue el modo en que una aparente secundaria se agencia la función. Patricia, una joven postrada en una silla de ruedas a raíz de un accidente, suministra pistas determinantes al inspector K2 gracias a su condición de lectora voraz de novelas de misterio, la ficción la faculta pues para interpretar el caso de un modo que se le escapa al profesional, lo que otorga a la novela un toque feminista, supone un simpático guiño metaliterario y trae ecos de notables precedentes en el campo del desciframiento sin desplazamiento físico (Honorio Bustos Domecq) o a partir del consumo cultural (la saga cinematográfica Scream).

Antonio Lozano

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