La imagen no podía ser más impactante: una rubia bellísima, envuelta en un sofisticado vestido de cocktail de color negro, yace con el cuerpo destrozado, como una muñeca rota, sobre el tejado de un Rolls Royce. Las manos cruzadas sobre el pecho. Los ojos cerrados. La cabellera esparciéndose como una telaraña por el cromo hecho añicos. Las uñas de los pies pintadas de blanco. ¿Y qué hace nuestro detective, Lee Crowe, que anda a primera hora del día por un San Francisco aún desierto? En vez de alertar a las autoridades, saca unas fotos para vendérselas a la prensa.
Así arranca De entre los muertos, con un cadáver exquisito y un tipo aparentemente miserable. Crowe no tarda en ser contratado por la madre de la muerta, dueña de una inmensa fortuna, para que demuestre que la tragedia no se trató de un suicidio, como apunta el informe del forense. Y desde ese momento, una pregunta comienza a obsesionar a nuestro protagonista: “¿Quién demonios es Claire Gravesend? El misterio alcanza proporciones cósmicas el día en que el investigador cree ver a la finada andado nuevamente entre los vivos… Lo que descubrirá a continuación pondrá todavía más a prueba su cordura.
Encomendándose parcialmente a una muy personal relectura de la película Vértigo de Alfred Hitchcock, Jonathan Moore ha escrito un originalísimo cruce entre una trama y un sabueso que siguen moldes clásicos -Crowe nos recuerda a Sam Spade, Raymond Chandler o Lew Archer por su carácter mordaz y descreído, por moverse por escenarios californianos y por cruzar su camino con familias poderosas que removerán sus códigos éticos- con toques propios de la ciencia ficción. Una novela que erige un puente entre el género negro de la primera mitad del siglo XX y la primera mitad del siglo XXI. Un hemisferio del cerebro creativo del autor gobernado por Raymond Chandler o Ross MacDonald y el otro por Philip K. Dick o Michael Crichton.