los ojos de la oscuridad

Koontz: los grandes miedos futuros siempre son microscópicos presentes

15 abril 2020

Cansado de que le otorgaran facultades proféticas, Don DeLillo argumentó en una entrevista que nadie es capaz de adelantarse al futuro, si acaso uno está muy atento a las señales que emite el presente, a una frecuencia muy baja, como ondas o radiaciones casi imperceptibles al oído o al ojo humanos, y ahí, encapsulados o cifrados, reposan avisos o alertas, no de lo que está por llegar, sino de lo que ya está en marcha. Imbuido estas últimas semanas con la etiqueta de visionario, Dean Koontz también ha querido salir al paso de los comentarios que han querido otorgarle la capacidad de prever el coronavirus que ha paralizado a medio planeta. La historia ha circulado ampliamente. En su novela Los ojos de la oscuridad -que ahora recupera RBA-, originalmente publicada en 1981 bajo el seudónimo Leigh Nichols, se hablaba de un virus mortífero, llamado primero Gorki-400 y que, a partir de las reediciones lanzadas de 2008 en adelante, pasó a rebautizarse como Wuhan-400, una decisión motivada por cuestiones geopolíticas: superada la Guerra Fría, China, con su mezcla de población en apariencia incontrolable, su creciente poder económico global y un régimen autoritario que imponía con mano de hierro sus directrices sacrificando las libertades y derechos democráticos, se antojaba una superpotencia mucho más temible y literariamente atractiva que Rusia. El virus imaginado por el escritor poco tenía que ver con el causante de la pandemia actual -para empezar era de origen humano, facturado en un laboratorio como arma biológica, y no puede contaminar objetos o lugares, al tiempo que su período de incubación era vertiginoso y su letalidad absoluta, del 100%-, pero sorprendentemente acertó, en segunda instancia, al ubicar en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, el origen de la bestia. Con todas las licencias dramáticas que un thriller debe tomarse de cara a procurar un entretenimiento de masas -“fue uno de mis primeros intentos de escribir una novela de género cruzado que mezclara acción, suspense, romance y un toque de paranormal”, declaró su responsable-, Koontz también hace gala en Los ojos de la oscuridad de gran eficacia a la hora de reflejar el caos, la incertidumbre, el pánico, el dolor y los esfuerzos mancomunados que una situación de emergencia dispara en el cuerpo social, así como su capacidad de poner a prueba la verdadera naturaleza y carácter de los individuos, forzados por el estrés a sacar lo mejor y peor de sí mismos. En este sentido, la novela, por muy hiperbólica y fantasiosa que pueda resultar en su planteamiento genérico, transmite verosimilitud en los detalles concretos -organizativos, combativos, familiares, emocionales…- y, quizá aún más importante, expone una situación tan catastrófica que permite el pequeño consuelo de que, comparativamente, nuestro agujero podría ser mucho más terrible, al tiempo que plantea una resolución del conflicto que nos recuerda que siempre nos aguarda la luz al final del túnel.

Más allá de esta anécdota de ubicación, representada por Wuhan, lo que sí es de justicia atribuirle a Dean Koontz, atento por sistema a captar las amenazas y miedos que asaltan a la sociedad en cada momento histórico, es que entendiera, desde el principio de su carrera, que en lo microscópico, lo invisible, aquello capaz de penetrar en el cuerpo sin ser advertido, yacía nuestro mayor enemigo. En este sentido, su actual ciclo dedicado a la ex agente del FBI Jane Hawk, del que RBA lleva publicados dos títulos -La red oscura y La habitación de los susurros-, insiste en la idea por medio de un empleo diabólico de la tecnología. En él pone en circulación las fuerzas más siniestras del neocapitalismo, la alianza entre corporaciones y gobiernos para modelar al individuo, y se pregunta cómo escapar a la asfixiante vigilancia tecnológica. Y en tiempos del #MeToo y Time's Up, qué gozada tener a una heroína rebosante de músculo y astucia que va neutralizando cuantos obstáculos masculinos (modelos patriarcales) salen a su encuentro. Si en el futuro se extienden los implantes en el cerebro como mecanismo regulador de la población mundial y son las mujeres quienes se levantan en armas para poner remedio al Mal, puede que sí quepa definir a Koontz de escritor visionario.

Antonio Lozano

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