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Hammett antes de Hammett

12 marzo 2019

A. En el apasionante Un detective llamado Dashiell Hammett, Nathan Ward indaga en los avatares profesionales que permitieron al creador de Sam Spade dotar de un verismo y un know how a sus relatos y novelas negras que lo propulsaron a una categoría prácticamente inédita: el escritor que se había expuesto a las mismas experiencias formativas que luego transmitiría a sus personajes, dueño pues de un bagaje por el lado oscuro que confería a sus creaciones una suerte de denominación de origen. Expresado en una fórmula inglesa: “Been there, done that”.

El libro se centra, sobre todo, en su condición de sabueso para la agencia de detectives Pinkerton, volcada en la localización de personas desaparecidas (la mayoría buscadas por la justicia, por compañías de seguros defraudadas o por acreedores a título personal), el espionaje industrial y un área especialmente espinosa para un individuo de tan fuerte compromiso político con la izquierda como Hammett: la persecución de líderes sindicales y el reventar las huelgas de los trabajadores.

El fan del autor encontrará datos impagables como los nombres reales que moldearon al Agente de la Continental y a Spade; los escenarios y la crónica negra de Baltimore y San Francisco que acabaron filtrándose en sus páginas; el pueblo real y el cacique del que surgió el Poisonville de Cosecha roja; por qué demonios escogió la figura de un ave falconiforme como objeto de codicia en El halcón maltés, o cuántas de sus historias más canónicas bebieron de los relatos legendarios que le contaron sus esposas a propósito de sus lugares de nacimiento. Como invitación a zambullirse en su lectura, reproducimos aquí unas píldoras de sabiduría que sus detectives recibieron de los años en que su padre se dedicó a jugarse el pellejo en las calles:

Los secuestros raramente ocurren en las ciudades y con nocturnidad y, por lo general, aquellos que sí lo hacen probablemente hayan sido organizados por la propia víctima de cara a cobrar un rescate.
Nadie podrá estrangularte si se te abalanza de cara y eres capaz de levantar los brazos y romperle los meñiques.
Cuando un chino comienza a disparar, siempre vaciará el cargador.
Resulta muy sencillo seguir a alguien si evitas en todo momento el cruce de miradas.
Nunca te coloques delante de una puerta cuando lleves a cabo una “visita no anunciada”, dada las probabilidades de que tes disparen a través de ella.
Incluso de un ligero golpe en la cabeza con un revólver de metal se obtiene una contusión noqueadora.
Un interrogador obtendrá información valiosa, e incluso una confesión en toda regla, de un individuo de “naturaleza débil” si acerca su rostro al suyo y se echa a gritar.
Las personas hablan con mayor libertad en una habitación con la puerta cerrada.
No confíes en nadie que asegure llamarse John Ryan (lo más seguro es que sea un nombre falso).

B. Dashiell Hammett no reveló nada acerca de la biografía de Sam Spade, cuyo pasado antes de establecerse por cuenta propia borró deliberadamente. Sólo hay una mención al vuelo sobre su paso por una agencia de detectives de Seattle (episodio tomado directamente de la vida de su autor) al principio de El halcón maltés. La conversación en la que se desliza este dato dio paso a la célebre “Parábola de Flitcraft”, surgida del recuerdo de un antiguo caso del sabueso. Éste consistió en localizar a Charles Flitcraft, un alto ejecutivo de una inmobiliaria que había abandonado repentinamente a esposa e hijos en San Francisco, volatilizándose en el aire. Relato autónomo dentro de la intriga principal que plantea la novela y cuya función dentro del conjunto nadie ha acabado de explicarse, la lección que desprendía la figura del fugitivo -una vez Spade daba con él en Spokane, metido de lleno en una nueva familia y un nuevo empleo- era que, enfrentado a determinadas experiencias cercanas a la muerte, un ser humano puede sentir el impulso de cambiar de forma radical de coordinadas vitales, impulsado por la angustia desencadenada por ese terrorífico fogonazo en el que atisba el sinsentido y la fugacidad de nuestra existencia.

En Un detective llamado Dashiell Hammett Nathan Ward destapa de dónde salió el apellido Flitcraft, familiar para cualquiera que procese el culto hammettiano: de un manual de seguros de vida que era la biblia a consultar por los detectives que investigaban fraudes a las compañías que los extendían, cuyo editor, sito en Oak Park (Illinois), se llamaba Allen J. Flitcraft.

Dado que el Flitcraft de la novela tiene su episodio a lo San Pablo al rozarle la nariz una viga que cae desde las alturas de una obra en marcha mientras está de paseo, no deja de resultar coherente que se le bautizara a partir de un sujeto vinculado a pólizas contratadas por vivos que se saben muertos andantes.

Antonio Lozano, Director de Serie Negra RBA.

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