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¡Gracias, Philip!

10 mayo 2021

Philip Kerr (Edimburgo-1956-Londres, 2018) consiguió siempre caer de pie en la complejísima tarea de abordar uno de los periodos más infames de la historia universal con la vista puesta en el entretenimiento -ergo, construir híbridos de thriller y novela negra- y sin sacrificar un tono recurrentemente humorístico. Bien sabía el autor que la única manera de salir indemne del reto de ficcionalizar para las masas unos tiempos turbulentos, ejercicio que podía herir muchas sensibilidades, consistía en empezar por poseer una base documental extraordinaria (aunque en público declaraba con modestia que le bastaba con tener un conocimiento ligeramente superior que el de alguien bien informado).

Si a cualquier novelista histórico se le pide rigor en datos y ambientación, cabe pensar que retratar la pura Maldad, causante de millones de muertos basándose en criterio raciales y aplicando métodos industriales, refuerza el nivel de exigencia. ¿Cómo dignarse a escribir sobre ellos con el ánimo puesto en hacer pasar un buen rato sin una familiarización previa sin fisuras?

El escocés era así dueño de unos conocimientos enciclopédicos sobre la Alemania de las décadas de los años 30 y 40 del siglo pasado, marcados por el auge y caída del nazismo. Lo relativamente sencillo hubiera sido poner tal haber en la redacción de libros de historia, ensayos o artículos académicos, o dedicarse a la docencia, pero optó por el camino más accidentado: escribir novelas que llevaran en volandas al lector sin dejar de instruirle (se aprende mucho con ellas) y respetar los límites morales de un material tan inflamable (por ejemplo, nunca quiso concederle el protagonismo de un libro a Hitler).

Este apunte o recordatorio sobre la extraordinaria talla literaria de Kerr -alguien con un profundo sentido de la responsabilidad hacia lo narrado, y, por otro, capaz de transformar episodios atroces en historias a un tiempo formativas y lúdicas- se antoja pertinente con la publicación de La paz de Hitler, la última novela de adultos que quedaba pendiente de traducirse al castellano y con la que en 2005 volvió a los marcos, tipos y ambientes del nazismo.

Aunque desgajado de la serie de Bernie Gunther, el título está a la altura de las mejores entregas de la misma, compartiendo las cualidades que llevaron a su responsable a perfilarse como un seguro clásico allá donde confluyen la acción, el espionaje, lo detectivesco y lo histórico (y todo de nuevo pasado por la pátina de un sentido del humor agudo e irónico, cuando no sarcástico, a lo que se suma el placer del goteo de apariciones fugaces de nombres relevantes de la cultura o la política, cameos en toda regla que muchas veces invitan a aplaudir). El autor jugó en La paz de Hitler con el subgénero de la ucronía, aquel que plantea qué habría ocurrido de haberse producido vuelcos históricos copernicanos, esos “Y si” vertiginosos que a buen seguro habrían delineado presentes muy distintos. Sin querer arruinar la sorpresa, planteémonos dos cuestiones: ¿Y si los nazis hubieran atentado con éxito contra Stalin, Churchill y Roosevelt? ¿Pero y si antes de eso hubiese fructificado un plan para eliminar al Führer desde sus propias filas?

Siempre podremos volver al ciclo Bernie Gunther o a novelas independientes como La paz de Hitler pero la salida de esta última al mercado supone un cierre simbólico al no quedar más inéditos del autor. Cabe pues reconocer una vez más su talento para enseñarnos y haceros gozar a partir de unos ingredientes explosivos, homenajearlo leyéndolo y celebrar que nunca se produjera la ucronía de ver cómo encauzaba su ingente estudio del nazismo a proyecto alejados de la ficción.

Antonio Lozano

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