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Entre un ángel y un diablo

30 abril 2019

Junto con su socio David Simon, George Pelecanos es uno de los máximos responsables de la excelencia que ha alcanzado el medio televisivo en la última década. Ser guionista y productor de series como The Wire, Treme o The Deuce ha disparado sus credenciales, si bien antes ya se había granjeado una reputación literaria escorando hacia un modelo de novela negra de marcado acento sociológico, afín a Lawrence Block, Ed McBain, Gene Kerrigan o Dennis Lehane, es decir, con una especial querencia por el retrato de la delincuencia callejera -ya se trate de atracadores, secuestradores, traficantes de drogas, proxenetas…- y de sus combatientes en el lado correcto de la ley (si bien dispuestos a quebrantarla en caso de fuerza mayor, o no tan mayor), en definitiva, un caldo de tipos duros liándola en ambientes urbanos. Hablamos de un escritor con un profundo conocimiento de los códigos de los bajos fondos y de la labor policial, bagaje que pone al servicio de tramas por sistema entretenidas, contundentes en las escenas de acción, atentas a las encrucijadas vitales de sus protagonistas.

Lo que sí singulariza a Pelecanos es que su radio de acción es Washington D.C., alejándose pues de escenarios más trillados en el género como Nueva York o Los Ángeles. Esto me lleva a recordar las palabras de la escritora Alice McDermott, residente en la misma, quien me dibujó una capital bien lejos del tedio de la vida político-burocrática con la que tantos la asocian. “Hay una vibrante energía intelectual y mucha iniciativa cultural -me dijo-. Además, en el plano social te llevas sorpresas como ir a recoger a los hijos al colegio y encontrarte hablando con una mamá que ejerce de espía para la CIA o que es un alto rango militar del ejército, presta a a partir al día siguiente con destino a Irak en una misión”.

En El hombre que volvió a la ciudad no hay espías ni militares, sólo gente normal que un mal día tomó una decisión equivocada. Su título original, The Man Who Came Uptown, recoge una expresión de argot que se refiere a aquellos individuos que salen de la cárcel (literalmente un hombre que se presenta en el centro de una ciudad, modo eufemístico de decir que ha abandonado el confinamiento para intenta reintegrarse a la sociedad), como es el caso del protagonista, Michael Hudson, un veinteañero de familia estable y trabajadora al que las compañías tóxicas acabaron llevando a participar en un atraco chapucero como conductor del vehículo de huida. La intermediación de Phil Ornazian -un “solucionador”, quien tan pronto extorsiona a testigos para que no declaren frente al juez que libera a prostitutas de sus chulos o recupera artículos robados- permitirá que al final no cumpla condena.

La novela se centra en las dos fuerzas que tiran con igual obstinación de Hudson: el angelito que le susurra dulcemente al oído que es hora de aspirar a una vida decente y el diablillo que le presiona para dar un ultimo golpe en aras de la lealtad. Completa el elenco protagonista, Ana, voluntaria a cargo de la biblioteca de la cárcel donde coincidió brevemente con Hudson, cuyo reencuentro extramuros obliga a replantearse si dar un brusco giro a su vida.

Volviendo sobre un motivo tan caro a la literatura estadounidense como es el de las segundas oportunidades -recordemos si no el dictum de Francis Scott Fitzgerald: “No hay segundos actos en las vidas americanas”-, Pelecanos consigue que nos encariñemos con sus criaturas vulnerables y desnortadas, a las que hacer brillar gracias a la naturalidad y franqueza de sus diálogos, sin olvidarse de remarcarnos la importancia de la lectura como elemento regenerador del individuo, poniéndolo al mismo nivel que el amor.

Antonio Lozano

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