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Elfos, avalanchas y crímenes reales

18 febrero 2019

Islandia es genuina en muchos aspectos, por ejemplo tan pacífica que el único arma que ha inventado es un cortador de redes de pesca de arrastre, o tan marciana que en su suelo los astronautas del Apolo 11 llevaron a cabo su último ensayo al aire libre (al contar con el terreno que mejor reproducía la orografía lunar). Entre los datos suministrados por el documental que pasa la compañía aérea Icelandair durante sus vuelos, se cuentan: “Islandia no tiene fuerzas armadas”, “Cada islandés puede remontar su linaje hasta los primeros moradores de la isla”, “El nombre del Primer Ministro consta en el listín telefónico”.

Localizada entre las masas de aire frío del Ártico y las más cálidas provenientes de latitudes inferiores, la isla sufre de una climatología extremadamente variable, tanto que a los islandeses les encanta soltarle con una mueca burlona al turista quejoso el dicho popular de “si no te gusta el tiempo, espera cinco minutos”. Por consiguiente, a través de lluvias torrenciales, vientos huracanados y tormentas de nieve que provocan aludes, avalanchas y otros desastres, el lugar genera por sí mismo constantes escenarios del crimen, sirviendo sólo de forma muy excepcional de marco donde los cometen otros. Quizá esto explique el que hasta prácticamente el siglo XXI su país no gozara de un autor policíaco superventas: Arnaldur Indridason.

Acostumbrados a que fuera la naturaleza traicionera el principal sujeto de homicidios involuntarios en tan telúrica isla, la desaparición de dos individuos, con escasos días de diferencia, en 1974 en Reikiavik —“bahía humeante” por el vapor que desprenden sus grietas geotérmicas y lugar de residencia de dos tercios de la población, esto es, de 200.000 almas— conmocionó lógicamente a la sociedad islandesa. Sombras de Reikiavik, el absorbente true crime de Anthony Adeane, es pues la crónica de una anomalía -la sospecha de un doble crimen ahí donde no se presupone la presencia del Mal - y del consiguiente déficit -pronto quedó claro que las fuerzas reguladoras no estaban preparadas para gestionar el shock. Sin pistas concluyentes y un sinfín de testimonios contradictorios, a lo que se sumaron sospechas (no fundadas) de intereses políticos por imponer una línea oficial bien alejada de la verdad, el doble caso avanzó de forma confusa y nada rigurosa, multiplicándose el número de sospechosos y los arrestos sin ninguna base sólida. El sistema policial, judicial y penitenciario demostró carencias y abusó de su autoridad, destrozando varias vidas por el camino.

“En el colegio me obligaron a estudiar las sagas y me fascinaron -declaró Indridason en una entrevista-. Las historias fantásticas están muy imbricadas en el carácter islandés, se tendía a creer en lo sobrenatural, de aquí que existan muchas recopilaciones de cuentos sobre elfos, fantasmas, criaturas mágicas… Antes de estar conectados con el mundo, cuando el aislamiento era profundo, la gente se entretenía durante las largas y oscuras tardes de invierno intercambiando cuentos. Aquí no había tradición de novela negra. Se menospreciaba, de tanto en tanto salía algún escritor que lo dejaba a las primeras de cambio. La gente decía “venga ya, si vivimos en una isla de cuatro gatos, ¿cómo va a ser un lugar atractivo en el que ambientar un libro así?”. No le veían el sentido, de manera que nos alimentábamos de traducciones”.

Bajo esta perspectiva, los hechos descritos en Sombras de Reikiavik asoman como un hito en la pérdida de la inocencia de la sociedad islandesa, una puerta de entrada a la ficción negra local después de que la realidad demostrara y avalara que la idea de naturaleza salvaje e inclemente no definía exclusivamente la geografía del lugar sino también el corazón de quienes la poblaban. Expresado de otro modo, el crimen dejó de ser algo tan sobrenatural como los elfos y los novelistas islandeses sintieron que los hechos irónicamente refrendaban sus fantasías.

Antonio Lozano

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