Cover_el duelo

Cuando Reikiavik fue el centro del mundo

06 octubre 2021

En 1972 Reikiavik pasó del relativo anonimato en la que vivía sumida por naturaleza a convertirse en el centro de todas las miradas como sede del campeonato mundial de ajedrez que con el tiempo adquiriría una dimensión legendaria. En juego había mucho más que un título pues los contrincantes, el ruso Boris Spassky y el estadounidense Bobby Fischer, acarreaban sobre sus hombros con el tremendo peso simbólico de representar los intereses y el honor de las dos grandes potencias que, sumidas en la Guerra Fría, luchaban entre sí por imponer globalmente sus sistemas y liderar los avances científico-tecnológicos de su tiempo. Pese a su proverbial neutralidad, Islandia no se había mostrado del todo inmune a estas tensiones, autorizando el establecimiento de una base militar americana en su aeropuerto de Keflavik, afrenta a la que los rusos habían respondido enviando a submarinos a surcar sus aguas. No era éste el único punto de fricción con un enemigo temible en el que el país se hallaba inmerso por aquel entonces pues se había reabierto el pulso que mantenía con Gran Bretaña, desde finales de los años 50, por los límites de sus aguas territoriales en lo que se conocía popularmente como “la guerra del bacalao”.

En este ambiente de máxima tensión, con las calles de la ciudad tomadas por soviéticos y estadounidenses de funciones brumosas (¿cuántos espías entre ellos?) sitúa Arnaldur Indridason su novela El duelo, que tiene en lo estrictamente criminal uno de los misterios más intrigantes de su bibliografía: el asesinato de un joven inofensivo -tanto que un accidente de niño le había provocado un ligero retraso mental- durante la proyección de una película en uno de los cines más antiguos de la ciudad. ¿Qué motivo podría haber para eliminarlo? ¿Está su muerte conectada con la situación de excepcionalidad que atraviesa Reikiavik? ¿Quizá con el duelo ajedrecístico? Para empezar, nadie vio nada ni oyó nada. Sin animo de destripar en lo más mínimo el argumento, sólo comentar que los familiarizados con la bibliografía del escritor pueden encontrar puntos de contacto con La Voz (RBA, 2010) en tanto que los registros de audio tienen un peso determinante. De igual modo, Indridason vuelve sobre uno de sus temas predilectos: la inestabilidad que supone para la isla la presencia de extranjeros y, de paso, los sentimientos xenófobos que ello despierta -bajo el razonamiento de que: “algo así sólo puede ocurrir en Islandia si lo importan foráneos ”.

Al frente de la investigación está el policía Marion Brim, a quien su creador otorga una dimensión humana extraordinaria al conducirnos por una infancia traumática, marcada por la enfermedad y los secretos familiares, y un doloroso presente sentimental tratado con enorme delicadeza (una de sus reflexiones que resuena con más fuerza en la mente del lector es sin duda: “Es más fácil creer en Dios cuando sabes que no existe”). Y así, en una urbe convertida en un volcán de tensiones políticas e internacionales seguimos un caso de complejo desciframiento y cargado de intriga de la mano de un ser profundamente herido por la vida. De cara a oxigenar la trama, el autor puntúa la narración con las numerosas anécdotas y rarezas que rodearon el campeonato de ajedrez. Así hubo acusaciones mutuas de sabotaje por parte de cada delegación -desde el empleo de presuntos gases tóxicos y ondas eléctricas para perturbar el descanso y la concentración de ambos jugadores-, si bien descolló la retahíla de caprichos y excentricidades a cargo de Bobby Fischer, los cuales volvieron locos a los organizadores del evento e irritaron sobremanera a los periodistas rusos: cancelación de varios viajes, comportamientos groseros durante las partidas y exigencias como cambiar de escenario, retirar tableros que no eran de su agrado, dejar libres las diez primeras filas del palacio de deportes, hacer traer desde Nueva York la misma silla de cuero negro con ruedas donde se había sentado cuando ganó a Petrosián en Argentina…

En definitiva, una partida gloriosa de Indridason que una vez más se mueve por el tablero negro como un campeón mundial de la especialidad.

Antonio Lozano, Director Serie Negra

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