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Un timador enamorado

10 febrero 2020

Pese al indiscutible atractivo que encierra para el público, el timador no ha sido una figura muy explotada por la novela negra. Quizá su bajo perfil, su modestia en el escalafón de la maldad, el que no resista una comparación con delincuentes más ambiciosos como el atracador de bancos o el secuestrador, ha jugado en su contra, desestimándose así la astucia e inventiva que acostumbra a desplegar, igual que su conocimiento acerca de las debilidades humanas y el hecho de que en ocasiones deba poner en circulación un número asombroso de recursos, que incluyen la persuasión, el disimulo, el engaño, el disfraz, etc, etc. En su novela Los timadores (The Grifters) Jim Thompson incluía un catálogo bien surtido de sus habilidades.

Richard Lange viene a compensar este tradicional vacío cediéndole los focos a Rowan Petty, timador profesional que, ya desde su apellido (“petty” significa en inglés “insignificante”, “baladí”), nos anuncia que no piensa a lo grande, que sus miras son rasantes. De hecho, cuando lo conocemos ha tocado fondo: está sin blanca, pernocta en hoteluchos, se conforma con pegar sablazos por teléfono entre la fauna humana más desprotegida y casquivana, dilapida lo poco que tiene en partidas de póquer en las que no entra ningún alma respetable, hasta su coche ruinoso parece no tolerar más su compañía y lo deja tirado… A un nivel más profundo, carga a sus espaldas con una humillación que todavía le escuece -el abandono de su mujer para largarse con un matón del tres al cuarto- y con un pesar que no lo abandona -el haber dejado, años atrás, a su hija pequeña a cargo de su abuela, lo que ha supuesto perder prácticamente el contacto.

Sin embargo, en su hora más oscura, dos terremotos vienen a sacudir su vida con la promesa de sacarlo del atolladero y devolverle las ganas de salir cada mañana de entre sus sábanas sucias: se enamora perdidamente de una prostituta y recibe un sopo que podría traerle una lluvia de millones. Pero, claro está, exponerse a que te rompan el corazón a resultas de lo primero es una menudencia comparado con los riesgos que acarrea lo segundo: las consecuencias no se limitarán a perder el trabajo, dientes o efectivo, ni siquiera a acabar en prisión… sino bajo tierra. Como resume implacablemente la contraportada estadounidense del libro: “Para el ganador: una fortuna. Para el perdedor: una bala en la cabeza”.

Una potentísima sensación de FATALIDAD atraviesa las páginas de Un golpe brutal ya que en ellas se dirimen los combates que libran el amor paterno-filial y el amor interracial entre dos perdedores. Petty es además un protagonista moralmente ambiguo, acosado por una rueda de violencia y de maldad que él mismo ha puesto en marcha, intentando a su vez proteger a los inocentes que lo rodean y hallar alguna suerte de redención. El ritmo con el que Lange pulsa la angustia creciente en la que chapotea sin descanso el protagonista o, visto de otro modo, el desplazamiento constante por un Los Ángeles turbio y por los engranajes mentales de Petty, son dignos de un maestro del género que sabe perfectamente que el amor y el dinero son los dos grandes motores que mueven el mundo, y tan pronto te dan la vida que te la quitan, te muestran el cielo que te arrojan al infierno.

Antonio Lozano

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