Los terroristas

Los terroristas, primer capítulo y un prólogo de lujo por Dennis Lehane

24 enero 2013

Ya está a la venta Los terroristas, la décima entrega de la Serie Martin Beck de Maj Sjöwallganadora del VIII Premio Pepe Carvalho, y Per Wahlöö. Como adelanto aquí os dejamos el primer capítulo del libro y el prólogo que le dedica Dennis Lehane, uno de los autores más valorados de la novela negra contemporánea. 

Lee aquí el primer capítulo de Los terroristas

Prólogo de Los terroristas, por Dennis Lehane

Como cabe esperar de una novela titulada Los terroristas, el terrorismo es el núcleo central de la última investigación policial de Martin Beck imaginada por Maj Sjöwall y Per Wahlöö. Sin embargo, las caóticas formas que el terror adopta no son simplemente los magnicidios que enmarcan el relato (el primero en Latinoamérica, el segundo en Estocolmo). Sjöwall y Wahlöö van mucho más allá al plantearse la propia definición de terrorismo. Y es que Martin Beck y su Brigada Nacional de Homicidios -integrada por oficiales tan beligerantes como dispares- no solo se ven obligados a enfrentarse a un inminente acto de insurrección violenta en las calles de Estocolmo, sino que también han de resolver el asesinato de un adinerado productor de películas pornográficas, y lidiar con la destrucción de una ingenua joven de dieciocho años, Rebecka Lind, por el implacable engranaje del Estado del bienestar. Durante todas estas vicisitudes, su mayor enemigo no serán las balas o las bombas, sino un aparato burocrático que ensalza y premia sus propias calamidades.

Puesto que esta novela –la décima de la serie- es el canto de cisne de Martin Beck, merece la pena recordar que, dentro de los anales de la ficción policíaca realista, Beck está muy por encima de la mayoría de detectives. Su psique está plagada de cicatrices y él mismo reconoce tener un carácter depresivo; sin embargo, su carga de melancolía no le lleva al grado de auto-compasión masoquista que tan a menudo enmascara la cosmovisión trágica del clásico héroe duro. Beck es una obstinada abeja obrera cruzando las fronteras de la mediana edad con una vida sentimental sana que, no obstante, no se hace ilusiones acerca de su lugar en el orden global de las cosas. Aunque excepcional, no deja de ser un simple funcionario. Un magnífico policía, sí: pero a ojos de Sjöwall y Wahlöö un magnífico policía es poco más que un excelente funcionario en un sistema irremediablemente fallido. Entre las cualidades de Beck se encuentran “la buena memoria, la tenacidad, -a veces llegaba a ser tozudo como una mula-, y una excelente capacidad deductiva, [además de] que solía tomarse el tiempo que fuera necesario para todo lo que de alguna manera afectara al trabajo, [incluso si se trataba de] menudencias que al final resultaban carecer de significado…”. Esto es lo que hace de alguien un buen policía, no una pistola, ni una exagerada emotividad, ni la necesidad de arremeter contra molinos de viento o luchar de algún otro modo contra la maquinaria social: ese es el trabajo del escritor. El trabajo del policía es perseverar, analizar las pruebas, cotejar los datos, hacer el papeleo y seguir un caso hasta el final. Lo que obstaculiza esa labor será la total y absoluta incompetencia burocrática (una constante en la Suecia de 1975) descrita por Sjöwall y Wahlöö. Cualquiera que sea capaz de desentrañar una cierta visión de la verdad, por gris y minúscula que esta sea, entre las espinosas zarzas de la completa ineficiencia del sistema, es un héroe. Y Martin Beck es ese tipo de hombre. Hasta tal punto lo es que el frío y altamente competente terrorista, Reinhard Heydt, encuentra “incomprensible” que pueda “existir uno así en un país como Suecia”.

Ah, sí..., “un país como Suecia”. Uno se pregunta cómo Sjöwall y Wahlöö se las arreglaron para vivir allí a lo largo de la producción de las diez novelas sobre Martin Beck, siendo como es tan negativo su retrato de no solo el fracasado Estado del Bienestar, sino también de un paisaje físico que, a pesar del desvergonzado mito de diosas rubias y cascadas de agua, en realidad da a luz cada mañana a un “sombrío, grisáceo y deprimente amanecer”. Es un mundo de finales de noviembre, constituido por un oscuro y tumefacto cielo que se cierne apenas diez centímetros sobre la cabeza hasta que llega mayo. El poder judicial no funciona, el sistema educativo no produce sino decadencia, y la clase gobernante se queda con la mejor porción del pastel mientras da la espalda a los necesitados que se pelean por las migajas.

En ningún otro personaje se reflejan las injusticias del sistema de modo tan sangrante como en Rebecka Lind. Rebecka entiende tan poco la sociedad que la rodea que entra en un banco a pedirle a la cajera dinero porque le han dicho que los bancos conceden préstamos a aquellos que los necesitan. No solo se topa con el rechazo sino que también es arrestada, comenzando así su viaje por el esperpéntico aparato judicial para el que Martin Beck trabaja. Rebecka, a quien “no [le] interesa la política más allá del hecho de estimar que la sociedad en que vivimos es incomprensible y que sus líderes deben ser criminales o dementes”, es a la vez la santa inocente y la víctima propiciatoria empujada a la deriva por una colectividad que afirma preocuparse por ella, pero que luego la depredará tan pronto como su soledad la conduzca a la falta de recursos económicos. A lo largo de la novela, en el camino de Rebecka se cruzarán Martin Beck y su novia, Rhea, así como Walter Petrus, el pornógrafo que está a punto de ser asesinado de un golpe brutal. El tal Petrus, corpulento e impotente, elige a jovencitas para el reparto de películas porno de bajo presupuesto en las que el acto sexual se repite de película en película "en el mismo sofá viejo al que de vez en cuando le cambiaban la colcha que lo cubría". Petrus primero hace que sus candorosas chicas se enganchen a los narcóticos. Una vez que las ha convertido en drogodependientes y están dispuestas a cualquier cosa para conseguir la siguiente dosis, les anuncia que "cualquier cosa" significa tener relaciones sexuales delante de la cámara. Mientras que Rebecka Lind escapa de sus garras (solo para caer presa del despiadado sistema), muchas otras niñas no lo conseguirán. El lector no necesita una guía para divisar las conexiones que Sjöwall y Wahlöö establecen entre la clase de terrorismo que Petrus ejerce, el de la banda armada ULAG y el del propio Estado.

El objetivo de Reinhard Heydt y su grupo multiétnico de asesinos políticos es un reaccionario senador estadounidense (del cual no se dice el nombre) que "había aconsejado al presidente Truman lanzar las primeras bombas atómicas"... y "contribuido activamente a las «soluciones» en Tailandia, Corea,

Laos, Vietnam y Camboya". La persona que ayudara a apretar el botón para lanzar la bomba de Hiroshima podría tener cierto margen moral, pero no la que hiciera lo mismo en Nagasaki o propugnara el bombardeo de los sistemas civiles de irrigación en Camboya. Si esas acciones no son representativas de terrorismo patrocinado por el Estado, entonces nada lo es.

Los terroristas no son en absoluto presentados como una romántica banda de anarquistas defensores de la libertad: son fríos, sanguinarios, y no luchan por ninguna causa real ni ninguna verdad universal, sino solo para asesinar al senador de EE.UU. Igual que él, la única verdad que parecen representar es que la fuerza equivale a la justicia. Creen en el poder del homicidio para doblegar la voluntad del pueblo hasta el punto de que el pueblo se dé cuenta de que su voluntad es irrelevante. Su terrorismo -al igual que el de Petrus, el del senador y el de los parlamentarios suecos- es tanto más escalofriante cuanto que carece de color, de pasión, es instintivamente banal. La ferocidad de los actos destructivos referidos en la novela es terrorífica precisamente porque los que hacen uso de ella no sienten ferocidad ninguna. No sienten nada. Los que tienen sentimientos -Rebecka Lind, el padre de una de las víctimas de Petrus, Kollberg (el antiguo compañero de Martin Beck)- son aplastados o deciden bajarse del tren para siempre.

Entonces, ¿cuál es la solución? Al terminar el libro -y con ello toda la serie- con la palabra Marx, Sjöwall y Wahlöö, parecen argüir a favor del comunismo. Sin embargo, dicho alegato ya no se percibe como una solución mucho más seria que, digamos, la de Sarah Palin treinta y cuatro años más tarde cacareando acerca del libre mercado como la solución a todos los males del capitalismo. Por fortuna, Sjöwall y Wahlöö demuestran más destreza como novelistas que como polemistas. Escriben acerca de la violencia moderna con una claridad tan fluida que adquiere una suerte de gracia musical. El atentado inicial en Latinoamérica es un ejemplo modélico de perfecta atención al detalle y de distanciamiento narrativo casi cómico. Mucho después, el paso de la comitiva del senador por Estocolmo está descrito con una prosa elegante y escueta, acompañada de una tensión tal que puede llevar al lector a devorarse las uñas. El impactante asesinato de un político local evoca a Oswald, Ruby, y Sirhan Sirhan en una sola línea sin que en ningún momento se llegue a mencionar a ninguno de ellos. Por otro lado, el acecho de Reinhard Heydt a Martin Beck resulta un juego tan perverso y traumático como los concebidos por Hitchcock o Highsmith.

Hacia la mitad de la novela, Rhea le dice a Beck: "Tú eres un tío estupendo, Martin. Pero tienes un trabajo de mierda. ¿A qué clase de personas metes en la cárcel por asesinato y otros horrores? ¿Como hace poco? ¿Un currante marginado que trataba de vengarse del cerdo capitalista que había arruinado su vida?" Es una acusación condenatoria que, prácticamente, repite Kollberg al final del libro recordándole a Beck que tiene "un mal trabajo. En un mala época. En una mala parte del mundo. En un mal sistema."

Un sistema que mancha a todos cuantos lo tocan. Los inocentes son destrozados. También lo son muchos de sus explotadores. En la carnicería espiritual que se produce en la estela de acontecimientos que surcan la narración, pocos personajes -buenos o malos- saldrán ilesos. Únicamente el propio sistema, cubierto de mugre y necedad, permanecerá intacto con el inteligente, tenaz y melancólico Martin Beck como su abanderado.

Dennis Lehane

 

 

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