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Disparen al pianista

29 enero 2019

Disparad al pianista -cuyo título original no tiene absolutamente nada que ver: Down there- tiene uno de los mejores arranques en la historia del género. Medianoche de un viernes. Un hombre sin identidad avanza a trompicones por el barrio de Port Richmond en Filadelfia. Ajetreado y nervioso, se mete en un antro, el Harriet´s Hut, donde el bullicio y la música contrastan con el silencio amenazador del exterior. Ahí divisa a su objetivo, Eddie Webster Lynn, el pianista melancólico e indescifrable. El primer enigma del relato se resuelve enseguida: al sujeto inquieto lo persiguen unos pistoleros y ha venido a buscar la ayuda de sus hermanos, uno de los cuales es Eddie. Juntos dan esquinazo a los perseguidores, perdiéndose por los sucios callejones de la urbe. Los acompaña Lena, una atractiva camarera del local, quien siente una fuerte atracción por la intrigante figura de Eddie, lo que nos conduce al siguiente misterio, más profundo y que a la postre explicará por qué Eddie Webster Lynn es el elegido para actuar como héroe fraternal. La pregunta es ¿qué demonios hace tocando en un local de mala muerte de Filadelfia? Tras de sí ha dejado una prometedora carrera como concertista, una preciosa esposa y una vida llena de proyectos e ilusiones. ¿Qué lo ha convertido en un ser vacío y entregado al entretenimiento del populacho? ¿Quizá hubo algo que truncara una existencia aparentemente cómoda y exitosa?

David Goodis sabía de lo que hablaba cuando creó desplegó este aura de fatalismo sobre la cabeza de unos personajes maltratados por la vida ya que por la época en la que alumbró la novela frecuentaba los bajos fondos de Filadelfia, bebía en exceso y escribía a un ritmo vertiginoso para sobrevivir. Respetado en casa -su obra acabaría entrando en la prestigiosa Library of America Noir Collection- y adorado por los cineastas franceses -con diferencia los mejores intérpretes europeos de la sensibilidad de la ficción negra americana- no puede descartarse que se llevara una agradable sorpresa al ver la adaptación (libre) que François Truffaut filmó en 1960 bajo el título de Tiez sur la painiste. Y esto no por las múltiples licencias que se tomaron con personajes y situaciones sino porque, a la capa de misterios que el escritor había amontonado en su historia, el responsable de Los 400 golpes quiso añadir los de su propia cosecha. Os dejamos el link (con comentarios en inglés) a una de las escenas que más interrogantes ha despertado, esperando que os acabe de animar a (re)leer esta obra maestra del género negro que RBA acaba de reeditar.

Antonio Lozano

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