William McIlvanney

Tartan noir

05 marzo 2014

Se atribuye a James Ellroy el haber acuñado la etiqueta "Tartan Noir", que toma su nombre de la característica tela escocesa, a partir de un comentario a una novela de Ian Rankin. Entre los ingredientes que manejan los adscritos a esta escuela, en la que han sido incluidas Val McDermid o Denise Mina, encontramos tres características fundamentales:

1. El principio escocés de Caledonian Antisyzygy o la dualidad del alma, capaz de acoger en su seno a un elemento y su contrario, siendo El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde la novela más emblemática a la hora de reflejarlo.

2. Los escritores estadounidenses de línea dura o hard-boiled de los años 30 y 40, con Dashiell Hammett y Raymond Chandler a la cabeza, con su retrato nada complaciente de la urbe, nido de corrupción que alcanza a todas las esferas del poder, actuando el cinismo como un escudo para el detective.

3. La crítica social de un amplio espectro de la literatura negra europea, con los suecos Per Wahlöö y Maj Sjöwall como principales precursores.

El universo de William McIlvanney

Parafraseando el célebre título de Cormac McMcarthy el de William McIlvanney no es un país para viejos, a lo que añadiríamos tampoco para pusilánimes y almas sensibles. El escritor tiene un especial apego por los tipos duros, acostumbrados a recurrir a los puños para dirimir sus diferencias, gente de sangre caliente que no tiene control sobre sus emociones y que prefiere no explorar en su interior por temor a dar con espeluznantes simas de negrura. Todo ello se explica en parte por el hecho de que hayan afrontado un pasado traumático, procedan de familias desestructuradas o lleven existencias marcadas por trabajos extenuantes y bajos ingresos. A través de la mirada o bien analizando la psicología de estos personajes, en los que descubrimos vetas de humanidad y arranques de ternura, el escritor ha puesto el foco en aspectos de la cultura y de la sociedad escocesa a la que la mayoría prefieren dar la espalda.

El inspector Laidlaw

De carácter serio y reflexivo, el inspector detective de la Brigada de Homicidios de Glasgow tiene mala fama en el cuerpo por investigar los casos de manera nada ortodoxa y por su reticencia a seguir órdenes o aceptar consejos, al tiempo que sorprende con alguna de sus excentricidades, caso de su reticencia a utilizar los vehículos policiales, prefiriendo pasear por la ciudad, convencido de que entrar en contacto directo con el ambiente de la misma le ayuda en sus investigaciones. Propenso a caer en estados de ánimo muy fúnebres, cree que la paradoja es el término que mejor lo define:

«Era un hombre potencialmente violento que odia la violencia, un partidario de la fidelidad que es infiel, un hombre activo que anhela comprensión. Estuvo tentado de abrir el cajón donde guardaba a Kierkegaard, Camus y Unamuno, como un alijo de alcohol. En su lugar lanzó un buen suspiro y ordenó los papeles que tenía sobre el escritorio. No sabía hacer otra cosa que habitar las paradojas».

Algún crítico ha querido ver similitudes del personaje con el comisario Maigret dada la tendencia de ambos a no juzgar a los criminales, llegando en ocasiones a comprender sus motivos.

Al inicio de la serie Laidlaw está casado con Ena y tienen tres hijos –Moya, de diez años, Sandra, de diez, y Jack, de seis-. El matrimonio vive en una continua pelea que no presagia nada bueno, con Ena recriminándole que su trabajo siempre pasa por encima de ella y sus hijos. Sus principales compañeros son Milligan, cínico y corrosivo, y Harness, contrapunto moderado y sensible.

Glasgow

William McIlvanney fue pionero a la hora de detectar el potencial que Glasgow tenía como escenario para la ficción policíaca y, por extensión, del resto del país, ya que hasta entonces carecía de una tradición. Por consiguiente, puso a Escocia y a Glasgow en el mapa negro y los numerosos colegas que han seguido sus pasos reconocen unánimemente tener una deuda con él, incluyendo, por descontado, a Ian Rankin. La ciudad que nos muestra a pie de calle es la de sus gentes corrientes, oficinistas, obreros, dueños de pubs, parados y mendigos, aunque en buena medida concentra todo aquello que cualquier departamento de promoción turística barrería bajo la alfombra. Es decir, se alimenta de los bajos fondos, en muchas de sus callejuelas reina lo sórdido, proliferan los barrios degradados y conflictivos. Sin embargo, el escritor también retrata con comprensión y cariño los ambientes desfavorecidos, hallando la poética del perdedor, rompiendo una lanza a favor de los que lo han podido perder todo menos su dignidad.

 

 

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