Especial espionaje

El triunfo de las novelas de espionaje: El género

01 mayo 2014

Está lo que sabemos y lo que no sabemos. Lo segundo es mucho más interesante, seductor, sorprendente, doloroso y dramático. Buena parte de la ficción se ha construido en torno al proceso de averiguación de lo que permanece en las sombras (ya sea dentro de la familia, de la pareja, de una comunidad…) y el impacto que su revelación tiene sobre el individuo y el grupo. Cuando esos secretos han sido especialmente relevantes, peligrosos y amenazadores, al no involucrar sólo a una persona o a varias, sino a todo un país o, ¡mejor!, a una cadena de países aliados, ¡tachán!, ha surgido la novela de espionaje. El bloque A necesita obtener información reservada del bloque B por lo que suele colocar a X para que, perteneciendo a A, los de B lo crean suyo, llegando incluso a enviárselo de vuelta a A para, aún perteneciendo falsamente a B, los de A lo crean suyo, lo que de facto es así, aunque puede que entre tanto trasvase X haya decidido pasarse efectivamente a B, o ¡mejor!, servir a C. En cualquier caso, un endiablado, turbio y filigranesco billar a varias bandas donde está en juego el orgullo patrio, la estabilidad de una región o, ¡mejor!, la paz mundial. Los motivos por lo que la novela de espías nos fascina son múltiples. Desde el punto de vista psicológico podrían destacarse dos: 

1. Sublima las facetas más oscuras (y por eso más jugosas) del ser humano (el engaño, la persuasión, la traición…) pero también las más nobles (el valor, la lealtad, el sacrificio…).

2. Nos reafirma en nuestras sospechas de que los gobiernos, tanto el nuestro como los ajenos, están metidos en una guerra sucia y oculta, de la que nos sabemos nada y de la que somos meros instrumentos. Con todo esto nuestro yo paranoico se da un festín.

En tanto que lectores, el género colma también nuestras dos mayores aspiraciones: culturizarnos y entretenernos. Ambientada con frecuencia en períodos de guerras o entreguerras, o en territorios que son un polvorín por hondas heridas que vienen de lejos, la novela de espionaje retrata un convulso momento histórico, en ocasiones en geografías que nos son poco familiares, ofreciéndonos información, ambientación y claves de interpretación para reforzar lo previamente expuesto por instrumentos de no ficción (ensayos y documentales), permitiendo que nuestra imaginación las recree a su antojo. Que tantos títulos devengan bestsellers se debe a que sobre estas vías históricas y formativas circula un tren bala en el que hierve la acción, las operaciones suicidas, la trampa mortal, la violencia, el glamour, la seducción y el sexo. ¿Acaso extraña que la película probablemente más querida de todos los tiempos, Casablanca, contenga ingredientes del género? ¿O que el agente 007 protagonice más reencarnaciones cinematográficas que ningún otro héroe contemporáneo?

Pero más allá de su don para cultivarnos y acelerar nuestro ritmo cardíaco, la novela de espías también es capaz de cumplir con una función cívica que la emparenta con el periodismo de investigación. Bajo la premisa de que siempre nos han espiado (dentro y fuera), le toma el pulso a la actualidad con el fin de mostrarnos qué características han adoptado en cada momento esos mecanismos de vigilancia y control, ejercidos tanto contra nosotros a título particular como contra el país al que pertenecemos. Existen pocas maneras más interesantes de reflexionar sobre los modos en que ha evolucionado una sociedad que detenerse en la labor de sus servicios secretos, en las alianzas geopolíticas que ha establecido, en las herramientas de que dispone para mantener en observación a sus componentes…

Las peripecias de los espías de hoy, por ejemplo, son una ventana a la fragilidad de la identidad personal y colectiva, sometida a la opacidad de siempre si bien bajo el imperio de una tecnología cada vez más sofisticada. El género contribuye así a denunciar posibles abusos, a mantenernos al tanto de las infinitas posibilidades de mutación que tiene el Gran Hermano de Orwell. En este sentido la novela de espías opera de forma diametralmente opuesta al buen relato según la célebre teoría del iceberg formulada por Ernest Hemingway. Si para el autor de Fiesta el cuento debía mostrar sólo lo que estaba en la superficie para dejar que la mera sugerencia habilitara al lector a rellenar lo que permanecía oculto (y lo verdaderamente sustancioso, es decir, dramático), la ficción de espionaje hace que emerjan esos sustratos ocultos, como capas del inconsciente que aflorarán durante una sesión de psicoanálisis con el propósito de liberar traumas (en la novela de espías se revelan secretos que también desbloquean situaciones traumáticas y liberan tanto al héroe como a la nación a la que sirve de amenazas muy seria a su estabilidad e identidad).

Últimamente se ha repetido hasta la saciedad que la novela negra es la nueva novela social por su potencial para reflejar una realidad cercada por la criminalidad, donde el ser humano asiste atónito a la desintegración de los valores morales. De acuerdo, pero si repasamos los titulares de prensa de los últimos meses, podríamos cambiar perfectamente “novela negra” por “novela de espías”. ¿Un ejemplo flagrante?:

El ingeniero informático Snowden filtró al diario británico The Guardian y al estadounidense The Washington Post que la NSA y la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) tienen acceso a millones de registros telefónicos amparados en la Ley Patriota, aprobada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EE UU. Posteriormente, los periódicos revelaron un programa secreto conocido como PRISM, que permite a la NSA ingresar directamente en los servidores de nueve de las mayores empresas de internet estadounidenses (incluidas Google, Facebook, Microsoft y Apple) para espiar contactos en el extranjero de sospechosos de terrorismo. (Fuente: El País)

Lejos de ser pues un reino imaginario y en blanco y negro en el que individuos en gabardina delatan su presencia encendiéndose un cigarrillo en un brumoso callejón o un infiltrado en smoking aprovecha una fiesta para apoderarse de documentos reservados en un despacho mientras abajo brindan con champagne por la llegada del nuevo año, el espionaje brinda un constante goteo de noticias en la realidad física. En ocasiones, como fue el caso del asesinato en Londres del exagente secreto Alexander Litvinenko por los servicios secretos rusos, o la paciente y sórdida operación de inteligencia que condujo al asesinato de Bin Laden, suscoordinadas se asemejan a las de una película (o directamente inspiran una). Lo más común, sin embargo, es que nos reafirme en la idea de que la política internacional es una gran cloaca y de que nuestra indefensión frente al poder no conoce límites. Se diría que la revelación de secretos está más de moda que nunca: los cables de Wikileaks; las grabaciones a políticos de la agencia Método 3; los omnívoros y sórdidos programas de vigilancia contraterrorista de Estados unidos con la consiguiente amenaza para las libertades civiles y la privacidad; el ciberespionaje chino a este mismo país; el nuevo anteproyecto de ley de Seguridad Privada que faculta a la policía a acceder a los informes de las agencias de detectives a informar a la policía; el conocimiento de que el Reino Unido espió a quine delegaciones, entre ellas las de Turquía y Sudáfrica, durante las reuniones del G‐20 celebradas en Londres en 2009, sólo para descubrirse a continuación que la operación fue del todo legítima, ya que está amparada por una ley aprobada por el partido conservador en 1994 que coloca los intereses económicos patrios por encima de las sutilezas diplomáticas…

Si a todo esto le añadimos el modus vivendi del homus ciberneticus, aquel sujeto del siglo XXI que no deja de suministrar información sobre sí mismo a través de los ordenadores, tabletas, smartphones… millones y millones de huellas digitales escampadas a diario y susceptibles de ser procesadas en forma de datos útiles por los conglomerados públicos y privados, por los delincuentes informáticos o lo acosadores cibernéticos no cabe duda de que la realidad parece haberle tomado la delantera a la ficción en materia de espionaje. ¿Cómo ha estado respondiendo la ficción al desafío? ¿Qué cambios de modelo se han producido con el paso del tiempo?

 

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