Boston (Capitales del crimen)

De la investigación (el caso) como viaje

09 abril 2013

Una frase célebre asegura que el mundo es un libro y que aquellos que no viajan tan sólo están leyendo una frase. Pues bien, lo mismo podría funcionar en el sentido contrario: cada libro es un mundo y aquellos que no leen, se están conformando con lo único que tienen a su alcance. Ya lo dijo el poeta: «Hay otros mundos, pero están en éste». Y con toda probabilidad se estaba refiriendo a la literatura. Porque leer es viajar a otro mundo. El mundo que captó la mirada del escritor y que se ha convertido en cartón piedra, cartón piedra hecho de palabras para el lector, a quien se invita a subir a la más pequeña de las naves (basta un sillón, o el asiento de un autobús, o el banco de un parque, cualquier lugar que se elija para abrir un libro) y dirigirse al sitio, la ciudad, la pequeña isla, que el escritor ha construido para él.

En el caso de la novela negra esa ciudad es más parecida, en palabras de Jo Nesbø, a Gotham City que a la postal turística. Es decir, se trata de un lugar oscuro en el que los peligros acechan, como acechan los niños al payaso cargado de globos en una fiesta de cumpleaños. Y por eso aseguran que es más real que una postal. Porque, ¿quién no querría viajar seguro y a salvo a la sala de interrogatorios de cualquier comisaría del mundo y descubrir qué tipo de rosquillas —¿glaseadas o no? — consumen los agentes que esperan a que el detective saque algo en claro del primer sospechoso detenido? ¿Quién no querría dar un paseo por el lado salvaje (porque sí, siempre existe un lado salvaje) de la aparentemente apacible Reikiavik, la capital islandesa? ¿O descubrir en qué sentido afecta la invasión turística a la vida cotidiana en Venecia? ¿Y a la vida cotidiana de un comisario de policía veneciano?

Toda novela negra es la suma de tres ingredientes. Un detective, un criminal y una ciudad. Es decir, es la suma de un misterio, la persona que va a desentrañarlo y el escenario donde uno y otro se encontrarán. A ese escenario viaja el lector: a veces le toca abrigarse (sobre todo, cuando acompaña a Harry Hole, el detective de Nesbø, o a Inger Johanne Vik, la de Anne Holt); a veces desabrigarse (recuerden a la forense Kay Scarpetta, de Patricia Cornwell, opera en Florida, o a Dexter Morgan, también forense, de Jeff Lindsay); y otras veces le toca tener a mano una libreta para anotar todo aquello que fue (pero que fue en otra época) y ya no será (el París de Maigrett, el San Francisco de Dashiell Hammett, la ciudad de Los Ángeles de Raymond Chandlery James Ellroy). Porque la novela negra no es sólo una manera de viajar —a salvo y seguro— al epicentro de un misterio y, así, al corazón de una ciudad, la capital del crimen elegida por el autor, sino también la más completa, por real, guía de viaje que uno pueda imaginar. Dicho esto, viajemos. Sí, viajemos desde aquí. Ahora. No, no necesitamos equipaje ni billetes de avión, tan sólo un puñado de minutos. Porque basta un puñado de minutos para dar la vuelta al mundo. Aunque para hacerlo, claro está, hay que seguir leyendo.

Boston: El Baltimore de Lehane

Hablar de Boston y de novela negra es hablar de Dennis Lehane. Hijo de emigrantes irlandeses, Lehane nació en Boston en 1966, ciudad donde lleva viviendo desde entonces. Se crio, como su pareja de detectives, Patrick Kenzie y Angela Gennaro, en un barrio obrero de la ciudad y tuvo un buen puñado de empleos antes de probar suerte con la escritura. El Boston que puede verse en sus novelas es ese Boston sucio, desarraigado, que tanto podría tener en común con el Baltimore que muestra la serie The Wire, en la que Lehane colaboró como guionista. Su Boston es una ciudad en guerra consigo misma. En Mystic River (RBA), la más conocida de sus novelas, un viejo barrio de clase obrera se revuelve, dispuesto a no dejarse aburguesar. En la citada serie de los detectives Kenzie y Gennaro, la ciudad resulta tan agresiva e impredecible como los propios villanos. No dispuesto a quedarse con una única versión de Boston, Lehane viajó al pasado en Cualquier otro día (RBA), novela ambientada en los días previos a la huelga policial de 1919, durante el clímax de la actividad bolchevique en Estados Unidos. Sus historias, repletas de referencias a la música pop (no en vano, Boston es la ciudad de la que provienen un gran número de bandas, entre ellas, The Lemonheads, Aerosmith, Pixies, Throwing Muses y Dinosaur Jr), huyen por completo de la guía turística y si mencionan el estadio de los Red Sox lo hacen sólo para situar al lector en el mapa. Porque lo suyo no son las celebraciones sino las luchas cuerpo a cuerpo.

 

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