Igual que tiene una doble vida, especialista automovilístico de día que se gana un sobresueldo de noche ejerciendo de chófer para delincuentes, Driver es un personaje que conceptualmente funciona en modo bipolar. Por un lado, su figura homenajea una concepción clásica del género negro muy concreta, la del lobo estepario que surge de las sombras, golpea y borra sus huellas para replegarse de nuevo (en su caso en la coraza en perpetuo movimiento que supone su coche), un ejemplo pues de dureza y anonimato, fuerza bruta, ambigüedad moral, falta de raíces y laconismo. Por otro lado, Driver concentra un alto número de referentes cinematográficos y televisivos en la confección tanto de su personalidad como de su imagen. Al ser parco en palabras y no parar quieto, un perfil que contagia al propio ritmo y estructura de los libros, adscritos a la elipsis y a los avances rápidos, se diría que su creador se ha cuidado de arroparlo con una serie de elementos mínimos, pero cargados de connotaciones, de cara a que la mente del lector rellene los huecos. Si a las novelas Drive y El regreso de Driver le sumamos las aportaciones de la sublime adaptación al celuloide que de la primera filmó Nicolas Winding Refn, podemos salir con un retrato robot del personaje a través de préstamos tan gloriosos como los siguientes:

1. Driver es Driver, no tiene nombre, lo define lo que mejor hace, conducir. Así, de paso, protege su pasado (en especial de sí mismo) y lanza una cortina de humo sobre sus rastreadores. Lo mismo ocurría con El Agente de la Continental de Dashiell Hammett, detective privado de San Francisco al que bautiza su profesión y su empleador. Ambos coinciden además en una rabiosa independencia y en una falta de escrúpulos morales.

 

2. Driver lleva una vida peligrosa y solitaria en la que apenas hay espacio para los amigos y donde el amor está condenado. No es el único rasgo que comparte con el asesino a sueldo Jeff Costello, protagonista de la película Le Samouraï (El silencio de un hombre) de Jean-Pierre Melville –basada en la novela Le Ronin de Joan McLeod. Ni uno ni otro estiran las frases más allá de lo imprescindible, como si cada dosis de saliva fuera una ficha de la ruleta sobre la que hay que meditar mucho antes de dejarla ir. De aquí su afición por las respuestas huesudas con frecuencia con un deje lapidario, sardónico o existencialista. Un ejemplo comparativo.

- ¿Tú no tienes planes? –preguntó Billie a Driver.

- ¿Planes? La verdad es que no… - O ninguno del que pudiese hablar.

- Ese trasto en el que trabajas… Es para pasar el rato, ¿no? Si participaras en carreras, los tíos te conocerían.

- Sí que corrí, por la zona de Tucson, pero eso fue ya hace mucho.

- No eres tan viejo como para que eso fue ya hace mucho, Ocho.

- No todo es cuestión de años.

(El regreso de Driver)

-Jeff Costello: ¿Quién te envió?

-Pistolero: No te lo puedo decir.

- JC: Pero podrías intentar matarme. Mírame. Sólo te lo preguntaré una vez más. ¿Quién? Nombre y dirección.

- P: No lo conoces, no juega en tu liga.

- JC: No me tengas esperando.

- P: Olivier Rey… 73. Boulevard de Montmorency.

- JC: Así es como te quedaste sin empleo.

3. En tanto que as al volante, Driver convoca un sinfín de producciones audiovisuales de finales de los 60 y de los 70 donde quemar neumático era una religión, series como Las calles de San Francisco o Starsky y Hutch, películas como Bullit o buena parte del género blackxplotation. La elección de un actor guaperas como Ryan Gosling para encarnar a Driver supuso una prolongación de la búsqueda de un sex symbol que había animado también a los responsables de casting de Le Samouraï y Bullit. Gosling tiene un atractivo más cercano a la finura de rasgos de Alain Delon que a la animalidad que exuda Steve McQueen, si bien a este último, por muy poli que fuera, lo hermana obviamente su destreza con el cambio de marchas. Por cierto, el pedazo de buga que lo acompaña en El regreso de Driver es un Ford Fairlane parecido a este:

 

4. Podríamos haber escogido los guantes de conducción, de cuero y que dejan las falanges al descubierto, como prenda que vincula a Driver con toda una tradición de películas macarras de serie B infestadas de coches de alta cilindrada y carrocería refulgente llamada a acabar hecha unos zorros, aquellas que homenajeó Quentin Tarantino en Death Proof. Sin embargo es la llamativa cazadora lucida por Gosling en Drive, digna de un rey de la bolera enamorado de Versace…

 .. la que nos permite contraponerla a otra chupa que servía tanto de (dudoso) manifiesto estético como de (potente) símbolo icónico y, sobre todo, de (reconcentrado) lema vital. Nos referimos, claro está, a la inseparable cazadora de piel de serpiente que llevaba sobre los hombros el personaje de Sailor creado por Barry Gifford, al que puso rostro Nicholas Cage en la película Corazón Salvaje de David Lynch. Su justificación para no quitársela, ni siquiera cuando la sangre había dibujado un cuadro abstracto sobre su despampanante tejido, podría haberla firmado Drive sin despegar apenas los labios: “Esta chaqueta es un símbolo de mi individualidad y de mi creencia en la libertad personal”.

 

 

 

 

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