9788490063859

Chandler, el cuentista

29 noviembre 2012

Por fin Todos los cuentos de Raymond Chandler reunidos en una misma obra, con prólogo de Lorenzo Silva, ganador del Premio Planeta 2012. Esta es la única edición completa de los relatos del maestro indiscutible de la literatura detectivesca. Reunidos por primera vez en un solo volumen, Todos los cuentos incluye algunas historias imposibles de encontrar en décadas.Raymond Chandler empezó a publicar relatos en revistas populares como Black Mask, antes de escribir sus famosas novelas. En estos relatos fue donde Chandler afinó su arte y confeccionó el submundo de los bajos fondos, tan característico de su obra, poblado de policías buenos y malos, de soplones y chantajistas, de predadoras letales, rubias y pelirrojas, y de delincuencia, sexo, juego y alcohol en abundancia. Son relatos directos en los que el autor nos sumerge, sin contemplaciones, en esa atmósfera de violencia y depravación que constituye su firma y por la que circulan héroes fríos, intuitivos y solitarios cuyo arquetipo culmina en el famoso detective Philip Marlowe.

«Chandler escribía como un ángel de los barrios bajos y supo conferir una presencia romántica a esas calles de Los Ángeles de sol deslumbrante». Ross MacDonald

Un hombre con una misión en la vida

Solitario, cínico y escéptico, Philip Marlowe es, junto a Sam Spade, el detective más famoso de todos los tiempos. De algún modo, todos los grandes detectives que a partir de los años cuarenta ha dado la novela negra no hacen más que recrear al inolvidable Marlowe, concebido inicialmente por Raymond Chandler como una suerte de alter ego, un Quijote que se enfrenta a una sociedad que no comprende armado con su insobornable ética. Un personaje que trascendió la novela policíaca para erigirse en uno de los rostros más famosos del cine y de la literatura universal. Un referente incuestionable del siglo XX.

Toda novela de Raymond Chandler exhibe tipos duros, mujeres fatales, brillantes tramas, asesinatos encadenados y un sinfín más de actividades delictivas. Sin duda, son mimbres extensibles a casi todo el género negro, pero contienen, sin embargo, un componente único, aunque se ha intentado imitar hasta la saciedad: Marlowe. Eso es: su magnetismo, su acidez, su ironía. El detective, que narra todas las novelas en primera persona, no vacila en ser despiadado, incluso a veces brutal, pero su código moral es invariable en un solo punto: nadie podrá corromperlo. Fuera, en la ciudad, todo está, en cambio, corroído. El crimen es el espejo de la sociedad: muertes, robos, estafas, extorsiones. Y en esa sociedad es el dinero y la ambición por el poder lo que siempre está detrás, convirtiendo la moral y la dignidad en una simple moneda de cambio. Pero ahí está Marlowe, él solo, haciendo frente a un mundo en descomposición. Un hombre con una misión en la vida.

«Marlowe hizo que la corrupción y el vicio fueran extremadamente atractivos». Los Angeles Times

Los felices años 20 son sólo sombras en la memoria. La Gran Depresión lo ha trastocado casi todo y alumbra el nuevo decorado de una sociedad empobrecida y violenta, donde los ricos temen perder lo que poseen y quienes no lo son buscan serlo por encima de todo. El drama humano que retrata una y otra vez Chandler tiene como escenario los crudos años 30 y 40, en donde la ley seca y la corrupción toman las calles. “Era una época en que quedaba bien conocer a un gánster. Una especie de snobismo al revés”, relata la protagonista de La hermana pequeña, Orfamay Quest. Y ahí estaba Marlowe, con sus frases redondas, cargadas de ironía, para sacar a los canallas de sus casillas, aunque fuera a costa de culatazos de pistola. En El largo adiós, canon del género, le basta a Chandler con un breve diálogo entre Marlowe y un poli no más corrupto de lo imprescindible para enmarcar a su personaje y, de paso, toda su obra:

‐El delito organizado no es más que el lado sucio de la lucha por el dólar…

‐¿Y cuál es el lado limpio?

‐No sé. No lo he visto nunca.

De alguna manera, Chandler continuó a otro grande de la novela negra, Dashiell Hammett, sin embargo, sus estilos son muy diferentes: Hammett es más seco, Chandler irónico, pero las obras de ambos coinciden en la denuncia social. Aunque este calificativo, ciertamente moderno, no era del gusto de Chandler, que llegó a escribir en una de sus numerosas cartas: “Hay quienes me dicen que Marlowe tiene conciencia social. Marlowe tiene tanta conciencia social como un caballo. Lo que tiene es una conciencia personal, que es algo muy diferente. [...] Marlowe y yo no despreciamos a las clases altas porque se bañen y tengan dinero; las despreciamos por hipócritas”. Philip Marlowe creció a partir de las historias cortas de Chandler publicadas en Black Mask, el mítico magazine “pulp” fundado en 1920 por el crítico Henry L. Mencken. De algún modo, ya estaba en aquellos detectives, en aquellos Mallory, Carmody, Dalmas o Malvern que, de algún modo, adelantaron el hombre que llegó a ser Marlowe. Duro, que se vale siempre por sí mismo, con honor, para quien sexo y caso nunca se mezclan, aunque la situación se presente tentadora. Un buen tipo que aborrece la crueldad y la corrupción. El gran solitario de la novela negra.

«Hace cincuenta años que murió Raymond Chandler, pero nos queda Philip Marlowe, el héroe que más ha contribuido al éxito de la novela negra». Le Monde

Elena González‐Cascos ha reunido el perfil de Marlowe: “Nacido en 1906. Altura poco más de 1,80. Peso 95 kilos. Pelo negro, ojos castaños. Complexión fuerte. Siempre lleva sombrero y gabardina, gafas de sol de pasta. Cuando se viste para alguna ocasión especial se pone su único traje azul, zapatos negros, calcetines negros. Es soltero. Muy fumador. También fuma pipa en su oficina. Le gusta beber. Tiene una botella en un cajón para beber solo o con sus clientes”. Prefiere, en cambio, los gimlets en la barra de un bar. Ama el ajedrez pero no tiene nivel de competición. Le gusta el cine pero no los musicales. Vive en un sexto piso en un apartamento de tres habitaciones. Paga por ello 60 dólares. Su oficina está en el edificio Cahuenga en el Hollywood Boulevard. Mesa de cristal, no tiene secretaria ni contestador automático.

Su coche es un chrysler. Armas: Luger, colt automáticas y preferiblemente una Smith & Wesson de calibre 38. Para él, lo primero es la lealtad al cliente. Sus amigos, acaso algún colaborador: Carl Moss, Bernard Ohls, Carl Randall, el capitán Gregory. Tarifa 25 dólares al día. Es en la relación con el dinero en donde se explicita la moral de Marlowe –una tentación que equipara al de la mujer guapa, símbolo también de la corrupción–, profesional honesto, que hace bien su trabajo y no se contamina, parece una realización urbana del cowboy. "Si me ofrecen 10.000 dólares y los rechazo, no soy un ser humano", dice un personaje de James Hadley Chase. En el final de El gran sueño, Marlowe rechaza 15.000. En ese gesto se asiste, según Ricardo Piglia, al nacimiento de un mito.

Chandler no negó que Marlowe fuera un reflejo de sí mismo, sino que admitió que, en cierto modo, era una proyección suya, “una fantasía y una exageración”. Pero no sólo está en él el Chandler real, también ese otro que quiso ser: fuerte, seguro, independiente. Ambos creen en la verdad, la justicia, la honestidad y la fidelidad. “Yo soy un romántico –le dice Marlowe al incrédulo Bernie–. Oigo voces en medio de la noche y voy a ver qué ocurre. Tú cierra las ventanas y sube el volumen del televisor”. Aunque la verdadera sensibilidad de Marlowe está en sus meditaciones. Sólo cuando piensa. Eso lo saben los lectores. Habla poco, contesta brevemente y cuando va más allá apenas sale de la conjetura. Es bastante inteligente, culto y sensible. De vez en cuando hace referencias literarias para mostrar sus cualidades especiales. Pero la forma más común de comunicar esta inteligencia está en su descripción analítica de la gente y de los lugares a donde va. En su forma de hablar, sensible y dura, está su respuesta al mundo.

Chandler quería que el papel de Philip Marlowe lo interpretase Cary Grant. Sin embargo, el escogido para darle vida cinematográfica por primera vez fue Humphrey Bogart. La primera adaptación al cine de El sueño eterno fue el clásico del cine negro dirigido por Howard Hawks en 1946, con Bogart en la piel del detective y Lauren Bacall como la perfecta mujer fatal. Años después, en 1978, fue Robert Mitchum quien tomó el relevo de Bogart en una nueva versión realizada por Michael Winner. El actor estadounidense repetía por entonces ese personaje, ya que en 1975 protagonizó Adiós, muñeca, de Dick Richards. A Marlowe también lo encarnaron otros actores como Dick Powell, George Montgomery, Robert Montgomery, James Garner, Elliot Gould y James Caan. El rastro múltiple de un icono cultural del siglo XX.

Nadie mejor que Chandler para definirlo: “En todo lo que se puede llamar arte hay algo de redentor. Puede que sea tragedia pura, si se trata de una tragedia elevada, y puede que sea piedad e ironía, y puede ser la ronca carcajada de un hombre fuerte. Por estas calles mezquinas ha de pasar un hombre, que no es mezquino, ni está corroído ni tiene miedo. Él es el héroe, es todo. Tiene que ser un hombre completo y un hombre común, sin embargo poco usual. Tiene que ser, para utilizar una frase ya vieja, un hombre de honor; por instinto, pero inevitablemente sin pensar en ello, y por supuesto sin decirlo […] Si es un hombre de honor en un aspecto, lo es en todos. Es un hombre relativamente pobre, si no, no sería detective. Es un hombre común, si no, no podría andar entre la gente común; tiene carácter, si no, no conocería su trabajo. No tomará el dinero de nadie de forma deshonesta, ni la insolencia de nadie, sin una venganza merecida y desapasionada”.

 

 

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